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III

La esperanza ha nacido muerta

El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta.
Federico García Lorca
Los cielos aparecen cubiertos de hondas, supurantes cicatrices.
Los ríos se arrastran moribundos, acribillados a balazos.
Los mares, cuarteados, se pliegan en sus goznes de sarcófago.
Los organismos, meteoritos, se extinguen en la efímera noche de verano.
Oh, por favor, no digáis nada a los niños. La esperanza ha nacido muerta.
Los idiotas se alzan con todas las medallas en los Juegos Olímpicos.
Los féretros se cubren de banderas y deambulan por las calles, entran en las tiendas, se sientan en los bares.
Decenas de millones de asteroides orbitan las rotondas, en aburridos movimientos de rotación y traslación,
alrededor de sí mismos, alrededor de expresiones como: «así está montado», «qué se le va a hacer» o «es ley de vida»
Oh, por favor, no digáis nada a los niños. La esperanza ha nacido muerta.
Y me cruzo con Kafka, con Huxley y con Orwell, por la calle: se han afeitado la cabeza; han perdido la apuesta.
Un rebaño de televisores pace en el prado. Sus pantallas parecen estáticas, desde lejos.
Los hospitales, al fin, se han convertido en bancos. La sangre coagula en dinero; el dinero se lava en sangre.
Los asesinos acunan dulcemente al corazón delator y todo el mundo calla para no despertarlo.
Se desentierra a los muertos; se les maquilla; se apuntalan y fotografían: espeluznantes retratos genealógicos; pálidas escenas costumbristas.
Oh, por favor, no digáis nada a los niños. La esperanza ha nacido muerta.
Shylock, el usurero de Venecia, vuelve a exigir su libra de carne. El Tribunal Europeo le da la razón.
Los poetas imitan a Chiquito de la Calzada. Las folclóricas reanudan la Academia y el Peripato. Anochece, como poco.
Hay un partido de fútbol que nunca concluye. Los espectadores envían truncados wasaps a casa… ¡¡Uuuuuuuuy…!!
En el sumidero de la ducha, el alma yace enredada, junto a los pelos del pubis.
Las presidentas del Congreso y del Parlament se aman. Sería romántico, si no fuese porque, para seguir la tradición, adoptan un bebé robado.
No me quedan ya más hojas. Se me ha secado la saliva. ¿Continuaréis la labor? ¡Escupíos los unos a los otros!
Oh, por favor, no digáis nada a los niños. La esperanza ha nacido muerta.



(Igor Morski)



Llamando a la Tierra


A veces me pregunto si no habré muerto hace tiempo y sólo por inercia recorro los itinerarios calcinados.
O si habitaré acaso una quimera, como el Segon Origen, de Pedrolo, poblada de infinitos hologramas.
Sé que tengo un domicilio, pero no recibo cartas. Saludo en el rellano a los vecinos, pero ninguno me responde.
Alguien ocupó mi puesto en el trabajo. Acudí al sindicato, pero todos miraban al suelo.
Me siento en el parque y contemplo las nubes reflejadas en un charco. Alguien me mira. Alzo la cabeza y no hay nadie.
A veces se celebran elecciones, o la navidad, y las calles amanecen cubiertas de rostros, eslóganes o guirnaldas.
Monto en la moto y conduzco al azar. Contemplo las caras en la caravana, infinitos eslabones de una interminable cadena.
Me siento en un bar y pido un café. En las mesas, hay una incomprensible algarabía: las palabras son tan sólo la textura del ruido.
En la frutería, alguien observa una injusticia, como de costumbre, desde el ángulo equivocado. Si intervengo, se genera una espontánea coreografía, y alguien filma el flashmob.
Pongo la radio o la televisión y, mientras cambio de canal, me zambullo en el exasperante mundo de Lewis Carroll.
En el silencio de la noche, escucho el llanto de un niño, una pareja haciendo el amor; y mi amante, que hace tiempo se marchó, o tal vez me echó de casa, se voltea y me despoja de la manta.
Y en medio de la noche cósmica, me alzo e ingrávido floto, como un astronauta en un paseo por el espacio. 
Aaaaa aa aaaa aa aaaa aa aaaa 
llamando a la Tierra, 
esperando contestación…
Una vez escribí poesía; giran ahora, entre sargazos de basura espacial, las palabras…




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